QUÉ COMUNICAMOS CUANDO HABLAMOS....

 



¿Qué comunicamos cuando hablamos?


Por Carolina Sánchez Ruíz 


Ó era “¿qué comunicamos cuando comunicamos?” ó “¿qué decimos cuando hablamos?” Ay, ya se va así; es que le pedí ayuda a un maestro mío para mi título porque sentía que no interesaba bien en lo que quería decir, pero si te soy sincera no lo anoté por ponerle atención y mira, ahorita estoy batallando con mi mente para acordarme. 

Sí te puedo dar un consejo desde ahorita: ¡no confíes en tu mala memoria! Y menos cuando se trate de algo para entregar un proyecto final de una materia. 

En fin, lo que de verdad te quiero decir (¿o comunicar?) es algo que me interesa mucho y que espero poder transmitir mi interés en este escrito. Desde niños nos hacemos preguntas que de mayores nos podrían parecer “tontas” o “insignificantes” como lo son por qué el cielo es azul, por qué estamos aquí, por qué los animales caminan en cuatro patas y nosotros en dos pies, por qué nos entendemos o por qué hablamos entre nosotros pero no entre más especies, etc. 

Estas preguntas pueden llegar a ser un dolor de cabeza para los adultos que nos cuidan por la frecuencia con las que las hacemos, sin embargo, son un gran punto de partida para iniciar a filosofar, para comenzar una buena conversación filosófica y poder discutir sobre aspectos tan cotidianos que muchas veces son ignorados.

Sin duda, la pregunta por la que yo más me inclinaba a hacer siempre que la recordaba era ¿Para qué nos comunicamos? Y estaba dispuesta a no dejar de hacerla hasta tener una respuesta que me convenciera de que era LA respuesta que estaba buscando; hasta el día de hoy, me la sigo preguntando. No es por desilusionarte ni me quiero referir a que no hay una buena respuesta, al contrario, gracias a la filosofía me pude dar cuenta que a veces hay más de una buena teoría que puede ser cierta para responder a un mismo planteamiento.




 Indagar en esa pregunta desde niña ha sido una de las actividades más interesantes que he hecho, y por eso, este artículo no pretende resolver la pregunta de forma definitiva ya que Wittgenstein, uno de mis filósofos favoritos (en realidad es mi favorito, pero como esto también lo está leyendo mi maestro, prefiero que crea que todos tomamos su consejo cuando nos dijo “no se casen con la idea de un filósofo ni de un maestro”. 

Eso recuerdo que nos lo dijo cuando nos dio la primera clase que tuve al entrar a la carrera y fíjate, todavía me acuerdo, (¡¿cómo para eso no falla mi memoria?!), probablemente no aprobaría eso, sino compartir algunas de las ideas que, con el tiempo, me han ayudado a pensarla mejor.

Cuando Wittgenstein dejó atrás su etapa lógica y escribió sus Investigaciones Filosóficas, propuso un giro radical en la forma de entender el lenguaje. Ya no lo pensaba como un sistema ideal que representaba el mundo de manera matemática, sino como una actividad humana cotidiana y plural.

Introdujo un concepto clave: los juegos de lenguaje. ¿Qué significa esto? Que cada vez que usamos el lenguaje —para dar una orden, pedir algo, preguntar, narrar, describir, enseñar, consolar, bromear— estamos participando en un juego distinto, con sus propias reglas. 

Estos juegos no están definidos por una esencia única, sino por una red de parecidos entre sí, como los miembros de una familia. Y, ¿qué pensabas? ¿Qué se contradijo al ponerle una definición única al concepto “juegos de lenguaje”? ¡Claro que no! Wittgenstein le dio posibilidades de significado a ese concepto tan grandes como la cantidad de comida mexicana que podemos hacer con maíz, alguna salsa y pollo: incontables. Aunque bueno, si no te gusta el pollo, puedes escoger la proteína que prefieras, ¡no quiero contradecirme y dar una opción única!




Regresando al tema interesante que te quiero compartir, según Wittgenstein, nos comunicamos porque vivimos en comunidades donde el lenguaje es parte de nuestras formas de vida. Hablar no es solo intercambiar información: es actuar, convivir, escribir, desear, construir relaciones. No hay un solo propósito del lenguaje, sino muchos. Muchos hemos visto al lenguaje como un espejo de lo que vemos en el mundo, como cuando tu mamá te dice algo como “mira qué bonito está el cielo”, pero, por ejemplo, mi mamá me suele decir mucho cosas como “mira qué rico me quedó el arroz” o “¿viste lo que dijo tu hermana?”, incluso una vez me dijo “siento que sabe a lo que huele” con algo que ni siquiera era comestible (está bien, está bien, eso se lo dije yo a ella, pero no es el punto) ¿ves la aparente incoherencia en sus palabras? ¿cómo voy a ver algo que dijeron? Gracias ma por darme un ejemplo para mi trabajo. Ahora, ¿te diste cuenta que tú también entendiste esas frases a pesar de parecer aparentemente incoherentes en palabras?

 Esto es porque nuestro lenguaje no es un espejo del mundo, sino que es parte de él. No tenemos una escapatoria del lenguaje y estamos condenados a vivir siempre con él, la buena noticia es que es una condena mutua porque él tampoco puede escapar de nosotros

:D.

Mi propósito es que, si ya entendiste la relación de lenguaje-ser humano como una cárcel donde hay dos reclusos (el lenguaje y el ser humano), no la entiendas como una chica con dos celdas, sino como una gigante con muchas variaciones, casi como en la que se escapó El Chapo por primera vez, una donde también se pueden hacer varios túneles, salidas y caminos que ni nos imaginamos. También, en esa estancia no te olvides que hay guardias, en este momento los voy a llamar “reglas del juego lingüístico” que cuidan que ninguno de los dos presos haga algo indebido (aunque cómo lo cuiden depende de en qué cultura está situada la cárcel); está la forma en que los presos se ayudan o manifiestan el uno con el otro, que la voy a llamar “jugadas”, porque dependen de ellos dos y del contexto que se les antoje en ese momento; además de los presos o jugadores, hay herramientas que ayudan en su juego pero que son externos a él, como las camas donde se acuestan, las escaleras o esos objetos que son ajenos a ellos pero que les ayudan a concretar su estancia, además de que puede cambiar el juego o camino de cárcel en el que estén y estas mismas herramientas solo adaptarse para seguir ayudando; por último, está el contexto de la cárcel, el por qué entraron ahí, lo que significa estar en la cárcel para esa cultura, la manera en que se manejan el uno con el otro, algo que Wittgenstein llamaría “forma de vida”, que es cambiante incluso solo por el clima en el que estén.




Luego de que te expliqué con esta asequible y divertida forma los aspectos del juego del lenguaje (las flores me las echo yo solita porque tú no puedes, una desventaja del habla escrita), te muestro otra idea que me ayudó a entender el valor de la comunicación: hablamos porque deseamos. 

El ser humano no solo reacciona, también imagina, proyecta, espera, necesita. Muchos de nuestros deseos más fundamentales —ser entendidos, compartir, aprender, amar, preguntar— se expresan y se cumplen a través del lenguaje. No nacemos sabiendo qué queremos: lo vamos descubriendo a medida que lo nombramos.

Los juegos del lenguaje surgen así de la necesidad de darle forma a nuestros deseos. Y como cada comunidad desea cosas distintas, también crea y habita lenguajes distintos. El lenguaje se convierte entonces en la conexión entre nuestros deseos internos y la realidad compartida.

Una de las críticas más fascinantes de Wittgenstein es contra la idea de que todas las palabras deban tener una definición fija. En vez de eso, propone que entendemos los significados por parecidos de familia: relaciones flexibles, no idénticas, entre usos de palabras en distintos contextos.

No usamos una palabra igual en todos los juegos del lenguaje, y eso está bien, porque el mundo en el que habitamos los seres humanos no es uno deductivo ni lógico, es una cambiante y contingente. Más que buscar una esencia oculta en cada palabra, deberíamos observar cómo se usan realmente; es cierto que existen relaciones entre palabras, pero no solo un hilo conductor de sentido: el sentido está en el uso, no en una definición de diccionario. Para explicarte esto qué mejor que aprovechar el nombre de “parecidos de familia”, como cuando conoces a alguien que es amigo de tu primo o vas a ser alumna de un maestro que ya le dio a tu primo o a tu hermano y te dicen “tu primo es tal y tal” como esperando que tú seas igual, ¿por qué piensan que va a ser así? ¿acaso ellos son una copia exacta de los miembros de su familia? ¡Claro que no! Aunque por supuesto, tienen algunos rasgos en común porque se criaron en la misma familia y tal vez conviven juntos, pero no son idénticos. Lo mismo pasa con las palabras.




Pero entonces, ¿qué comunicamos cuando hablamos? Hoy, no creo que haya una sola respuesta. Pero sí creo que nos comunicamos para construir sentido juntos, para hacer cosas juntos, para compartir lo que somos y lo que deseamos ser. Hablamos para habitar el mundo de forma humana. Y quizás, como decía Wittgenstein, muchas veces el problema no es que no tengamos respuestas, sino que no hemos hecho las preguntas de la forma adecuada.

Espero que te haya transmitido el mismo interés que yo siento cuando pienso en este o muchos otros temas, pero que también te des cuenta que esto también es filosofía, no solo los textos aburridos y casi inentendibles que te daban en la escuela (mal uso de su juego del lenguaje, diría yo).

Yo sigo y seguiré preguntándome cada tanto, por qué hablamos entre nosotros. Pero ahora lo hago no para encontrar la verdad definitiva, sino para seguir conversando. Porque eso, tal vez, ya es parte de la respuesta.


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